martes, 19 de abril de 2011

Renata, uno de los proyectos culturales más ambiciosos, amenaza con desaparecer

El escritor Nahum Montt, uno de los fundadores de Renata, uno de los proyectos culturales más ambiciosos de las últimas décadas. - Foto: El País

Un hombre de letras como Nahum Montt puede echarle a la escritura la culpa de muchas cosas. De los aplausos, por ejemplo. Ahí está su novela ‘El Esquimal y la mariposa’, Premio Nacional de Novela en 2004, reeditada por Alfaguara un año después, y ponderada como una “radiografía visceral y poética de la violencia colombiana de los años 80 y 90”.
Hay culpas menos gratas. Ahora mismo, Nahum la acusaría de esa incapacidad suya de aguardar la noche con ojos despiertos, sin sentir que los párpados le pesan como dos cortinas de hierro. Desde hace más de un año, no abrazar la cama antes de las 8 de la noche es un esfuerzo yerto: este nortesantandereano se obliga a ponerse en pie desde las 2 de la madrugada para terminar la novela que su editor en Barcelona espera desde hace meses.
El final de ese relato está a unas pocas páginas. Y eso es lo que le permite “asomar la cabeza” frente a un par de periodistas, tras esa larga hibernación literaria. Días enteros sin las angustias de los noticieros. Días de escribir a placer, comer lo necesario y dormir poco. Solo eso.
Ese mismo lapso de tiempo completa alejado de uno de los proyectos pedagógicos más ambiciosos de Colombia: la Red Nacional de Escritura Creativa, Renata, iniciativa que él, junto a otros escritores, creó hace más de 15 años. Convencido de la necesidad de un país capaz de “leer y escribir más allá de lo evidente”, Nahum —escritor y docente nacido en Barrancabermeja— ayudó a fortalecer la red como director del taller de narrativa Ciudad de Bogotá y como su coordinador general durante años.
Gracias a eso leyó y escuchó los relatos de miles de colombianos que asistían a estos espacios. Colombianos con un sólido apetito literario, deseosos de ponerse a salvo de los tormentos de la guerra y a veces hasta de sí mismos; gentes que atizaban sus relatos con el fuego de sus tragedias y alegrías.
Y en esos encuentros, claro, descubrió que a la escritura, a ese soberbio poder de la palabra sobre el papel, puede también culpársele de otros milagros: de que Bernarda descubriera, en Medellín, que tenía aliento lírico de sobra para fabricar poemas eróticos y de amor a sus 84 años. Que una mamá podía aliviar su contienda estéril contra un cáncer que terminó arrebatándole a su hijo. Que la jovencita al fin podía contarle al mundo sus motivaciones para entregar a un hijo en adopción. O que el soldado lisiado dejara a merced del tiempo algunos cuentos suyos.
Es que a sus talleres, en su mayoría versados sobre novela e historia, asisten personas tan variadas y complejas como los propios personajes de sus novelas. “Amas de casa, periodistas varados, pensionados, estudiantes. Recuerdo a Alma de la Calle, una lustrabotas. A un esmeraldero de la Avenida Jiménez de Bogotá”. Gente, en todo caso, con un único deseo: contar historias.
El panorama hoy no es alentador: la Red recibe cada vez menos recursos y muchos de sus líderes en las regiones y el propio Nahum Montt teme que Renata no pueda seguir. Este año, el Ministerio de Cultura destinó $30 millones para que estos talleres de escritura publiquen sus antologías. Años atrás, la cifra era dos veces mayor. ¿Es tan desalentador el futuro de la Red? El hombre que está detrás del escritorio puede sacarnos de la duda.

Nahum, ¿está de veras en peligro la continuidad de Renata?

Muchos tenemos esa terrible premonición. Si bien los talleres de escritura creativa deberían tener un presupuesto privilegiado, pues forman lectores y escritores de todas las edades, están en último plano.
Pero no es un problema particular de estos espacios, siempre la cultura ha sido la Cenicienta de los gobiernos...
Es cierto. Lo grave es que siempre se espera que se haga mucho con muy poco. Y la cultura tampoco ha sido ajena a la corrupción, que hace más daño que la violencia y Jota Mario por las mañanas. Conocemos casos incluso de poetas que los nombran como secretarios de Cultura y se roban los dineros. No se ha entendido, en su real dimensión, la importancia de formar una masa crítica de lectores y escritores con capacidad para discernir sobre las virtudes de un texto, más allá de lo que ordenen los gurués de la crítica literaria. No se ha entendido que saber leer y escribir es también una forma de legitimar la democracia.

Siendo así las cosas, ¿cómo asume el futuro de la Red?

Si llega el momento en que el Ministerio de Cultura no pueda apoyarnos más hay que buscar opciones. Nuestro problema es que la Red vive de las secretarias de Cultura, por eso la corrupción afecta tanto a este proyecto: si los dineros se los roban, recortan inmediatamente el presupuesto. Hay que evitar que la Red acabe ahogada.

Y, ¿cómo lograrlo?

El espíritu de la Red, que es poner en comunicación lo que escribe un colombiano bajo un palo de mango en Cereté, Córdoba, con otro que está en un parque de San José del Guaviare, seguirá firme. Ha sido la consigna de los talleres desde que nacieron. No hemos parado de tocar puertas en el sector privado, cada uno de los coordinadores regionales de lo talleres está trabajando en eso.

¿Por qué se han asumido estos talleres con tanta miopía, si cabe el término, por parte del Estado?

Podemos ponermos suspicaces y pensar que al Estado no le conviene demasiados lectores críticos. Tenemos un Estado con mentalidad de banquero: sólo le interesa que sus ciudadanos consuman. A los pequeños empresarios los bancos les prestan para consumo, no para inversión y los obligan a demostrar que tienen tres veces más del capital que va a pedir, lo cual es absurdo. Con estos procesos ocurre igual: una persona que ha trascendido la lectura y llega a la escritura arriba a un proceso más profundo de su pensamiento, se vuelve un ser humano complejo y crítico. Uno podría preguntarse ¿a qué Estado le interesa un país cuyos habitantes posean capacidad crítica suficiente para cuestionar lo que ven, más allá de la información fragmentada y a veces tendenciosa que les muestran los medios? Al Estado le conviene más que la gente consuma libros, pero no invertir en que la gente escriba. Eso es más peligroso.
Para muchos, el gran aporte de estos talleres ha sido que los colombianos asumieron la escritura más como un acto de liberación que como una vocación...
Ha habido de todo. A estos talleres han llegado colombianos con grandes preocupaciones sobre la estética y la técnica, y otros porque simplemente sienten la gran necesidad de contar algo y se sienten felices al ver sus escritos publicados en antologías. Rilque, en ‘Cartas a un joven poeta’, arranca diciendo: “Si tú puedes vivir sin escribir, vive sin escribir y no te metas en este rollo”. Los talleres sirven para aquellos que, más allá de tener predisposición o talento, tienen una necesidad vital de escribir. No buscamos descubrir talentos extraordinarios y lanzarlos a la fama, lo que buscamos es compartir experiencias a partir de búsquedas de la palabra, de búsquedas literarias.

Punto aparte ha sido la formación de lectores...

Sí. Hay libros que nacen muertos, otros que mueren a las dos semanas o al año y otros más que sobreviven a los años; el gran poder de decidir eso está en el lector, y muchos de los que han pasado por los talleres quedan con acervo suficiente para eso. Ha sido una experiencia en doble vía: si bien llevo años en la literatura hay talleristas que aún me sorprenden con autores que nunca hubiera imaginado. Autores a los que estas personas llegaron solas, sin que ningún crítico literario se los hubiera sugerido.
En este país de víctimas, uno imagina que en estos talleres se está escribiendo también la memoria de la guerra...
Recuerdo una frase de Saramago: “Colombia no estará en paz hasta que no termine de vomitar todos sus muertos”. En este país es más clara la visión de los victimarios que de las víctimas. Habla un jefe paramilitar desde un juzgado y eso es la noticia de abrir de los periódicos. Lo que dicen las víctimas, no. Las víctimas son solo cifras. Entonces pasa lo que una sociedad nunca se debería permitir: terminamos haciendo apologías a los asesinos y humillando a las víctimas y estas no pasan de un llanto espasmódico en la toma de un noticiero. Si bien los testimonios de ambos son necesarios, en muchos de estos talleres encontramos personas que se asoman a la literatura por ese duelo de país.
Le escucho decir eso y recuerdo a Germán Castro Caycedo quejándose hace unos meses, en estas mismas páginas, de la ‘sicaresca’ que se ha tomado a nuestra literatura.

¿Si es necesaria esa apología desmesurada a la violencia?

Un escritor responde, ante todo, a unas verdades del corazón. Y esas verdades se construyen a partir de nuestra experiencia de vida. En mi caso, soy un escritor de provincia, de Barrancabermeja, que vivió en su adolescencia una época durísima de violencia. En esa época era un gran fortín de la UP, con una economía de guerra y paros que dejaban a la ciudad en convalecencia y obligaban a no asomarse siquiera a la ventana. Yo construí mi carrera con esas verdades. Cada escritor tiene sus verdades y sus pasados. Claro, hay otros que las traicionan y se acomodan a las leyes de los mercados. No es lo que sucede con los talleristas de Renata: no esperan publicar, no esperan fama. Sólo esperan dejar con sus palabras testimonio vivo de su propia historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario